Sunday, March 20, 2016

ANTON CHEJOV


LOS HOMBRES ESTÁN DEMÁS

ANTON CHEJOV (Taganrog, Rusia, 29 de enero de 1860 — Badenweiler, Alemania, 15 de julio de 1904)

Son las siete de la noche. Un día caluroso del mes de junio. Del apeadero de Hilkobo, una multitud de personas que ha llegado en el tren se encamina a la estación veraniega. Casi todos los viajeros son padres de familia, cargados de paquetes, carpetas y sombrereras. Todos tienen aspecto cansado, hambriento y aburrido, como si para ellos no resplandeciera el sol y no creciera la hierba.

Entre los demás anda también Davel Ivanovitch Zaikin, miembro del Tribunal del distrito, hombre alto y delgado, provisto de un abrigo barato y de una gorra desteñida.

—¿Vuelve usted todos los días a su casa? —le pregunta un veraneante, que viste pantalón cobre.

—No; mi mujer y mi hijo viven aquí, y yo vengo solamente dos veces a la semana —le contesta Zaikin con acento lúgubre—. Mis ocupaciones me impiden venir todos los días y, además, el viaje me resulta caro.

—Tiene usted razón; es muy caro —suspira el de los pantalones cobre—. No puede uno venir de la ciudad a pie, hace falta un coche; el billete cuesta cuarenta y dos céntimos...; en el camino compra uno el periódico, toma una copita... todo son gastos pequeños, cosa de nada, pero al final del verano suben a unos doscientos rublos. Es verdad que la Naturaleza cuesta más; no lo dudo... los idilios y el resto, pero con nuestro sueldo de empleados, cada céntimo tiene su valor. Gasta uno sin hacer caso de algunos céntimos y luego no duerme en toda la noche... sí... yo, señor mío, aunque no tengo el gusto de conocer su nombre y apellido, puedo decirle que percibo un sueldo de dos mil rublos al año, tengo categoría de consejero y, a pesar de esto, no puedo fumar otro tabaco que el de segunda calidad, y no me sobra un rublo para comprarme una botella de agua de Vichy, que me receta el médico contra los cálculos de la vejiga.

—En efecto; todo está mal —dice Zaikin después de una pequeña meditación— ¿Quiere saber usted mi opinión? El veraneo ha sido inventado por las mujeres y el diablo. Al diablo lo guiaba su maldad y a las mujeres su ligereza. ¡Usted comprenderá que esto no es una vida! ¡Esto es un presidio! Hace calor, está uno sofocado, respira con dificultad y, no obstante, tiene que zarandearse como un alma en pena y carecer casi de albergue. Allá en la ciudad no quedan ni muebles ni servidumbre... todo se lo llevaron al campo... hay que alimentarse pésimamente. Imposible tomar el té, porque no se encuentra quién encienda el samovar. Yo no me lavo. Vengo aquí, al seno de la Naturaleza, y me cabe el gusto de andar a pie con este calor... ¡Una porquería! ¿Está usted casado?

—Sí... Tengo tres hijos... —responde el del pantalón cobre.

—¡Abominable!... es asombroso. Parece increíble que aun estemos vivos.

Al fin, los veraneantes llegan hasta la aldea. Zaikin se despide del de los pantalones rojos y entra en su casa, donde reina un silencio  mortal. Se oye solamente el zumbido de las moscas y de los mosquitos.

Delante de las ventanas cuelgan visillos de tul, ante los cuales se ven macetas con flores marchitas. En las paredes, de madera, al lado de las oleografías, dormitan las moscas. En la antesala, en la cocina, en el comedor, no hay alma viviente.

En la habitación, que sirve al mismo tiempo de sala y de recibidor, Zaikin encuentra a su hijo Petia, chicuelo de seis años. Petia está muy absorto en su trabajo. Recorta la sota de un naipe, avanza el labio inferior y sopla.

—¿Eres tú, papá? —le dice sin volver la cabeza— ¡Buenos días!

—¡Buenos días!... ¿Dónde está tu madre?

—¿Mamá? Ha ido con Olga Cirilovna a un ensayo. Habrá representación pasado mañana. Me llevarán a mí también... ¿Y tú, irás?

—Hum... ¿No sabes cuándo volverá tu madre?

—Dijo que volvería al ser de noche.

—Y Natalia, ¿dónde está?

—Mamá se la llevó para que le ayudara a vestirse en los entreactos, y Alculina se fue a buscar setas al bosque. Papá, ¿por qué cuando los mosquitos pican, el vientre se les pone encarnado?

—No sé... Porque chupan la sangre. ¿De modo que no hay nadie en casa?

—Nadie. Yo sólo estoy en casa.

Zaikin se sienta en una butaca y mira como atontado por la ventana.

Transcurren algunos momentos.

—¿Quién nos servirá la comida? —pregunta.

—Hoy no han hecho comida. Mamá pensó que tú no vendrías y dispuso que no se guisara. Ella comerá con Olga Cirilovna después del ensayo.

—Muchas gracias. Y tú, ¿qué has comido?

—Tomé leche. Me compraron seis céntimos de leche. Papá, ¿por qué chupan la sangre los mosquitos?

Zaikin siente una pesadez que le encoge el hígado y lo aprieta.

Experimenta tal amargura y tal ofensa que quisiera saltar, tirar algo al suelo, gritar, reñir. Pero recordando que los médicos le prohibieron toda agitación hace un esfuerzo, y para calmarse se levanta silbando un aire de Los Hugonotes.

—Papá; ¿tú sabes...? —insiste Petia.

—¡Déjame en paz con tus tonterías! —responde Zaikin enfadado—. Me fastidias. Tienes seis años y eres siempre tan majadero como cuando tenías tres. ¡Eres un chiquillo tonto y malcriado! ¿Por qué estropeas los naipes? ¿Cómo te atreves a estropearlos?

—¡Estos naipes no son tuyos! Es Natalia la que me los dio —replica Petia sin levantar la vista.

—¡Mientes! ¡Mientes, mal muchacho! —exclama Zaikin—. Tú mientes siempre. ¡Hay que darte una paliza, gaznápiro! ¡Te arrancaré las orejas!

Petia salta, alarga el cuello y mira fijamente la cara purpúrea e irritada de su padre.

Sus grandes ojos están muy abiertos, luego se llenan de lágrimas y su boca se tuerce.

—¿Por qué me riñes? —chilla con voz aguda— ¿Por qué me fastidias? ¡Estúpido! No hago nada malo, no soy travieso, obedezco lo que me ordenan  y tú todavía gritas. Di, ¿por qué me riñes?

El niño habla con tanta convicción y llora tan amargamente que Zaikin se avergüenza.

—Tiene razón —piensa—; le busco las cosquillas. ¡Basta!... ¡Basta! —le dice golpeándolo en el hombro—. Anda, Petia, yo tengo la culpa; dispénsame. Tú eres un buen chico y te quiero mucho.

Petia se enjuga los ojos con la manga, vuelve a sentarse en su sitio y, con un suspiro, reanuda su tarea de recortar la sota. Zaikin se marcha a su gabinete, se extiende en el sofá y, colocándose las manos debajo de la cabeza, se pone a reflexionar. Las lágrimas del niño calmaron sus nervios,  y el hígado se le alivió también. Pero el hambre y el cansancio lo acosan.

—¡Papá! —dice Petia detrás de la puerta— ¿Quieres ver mi colección de insectos?

—Sí, tráela.

Petia entra y enseña a su padre una larga cajita verde. Zaikin oye de lejos un zumbido desesperado y el rascar de las patitas sobre las paredes de la caja.

Al levantar la tapadera ve una multitud de mariposas, escarabajos, grillos y moscas clavadas en el fondo con alfileres. Todos, a excepción de dos o tres mariposas, están vivos y se mueven.

—El grillo vive aún —dice con asombro Petia—; ayer lo cogimos y hasta ahora no se ha muerto.

—¿Quién te enseñó a clavarlos así? —le interroga Zaikin.

—Olga Cirilovna.

—Si la clavasen a ella misma así, ¿qué tal le parecería? —añade Zaikin con repugnancia— ¡Llévatelos! ¡Es vergonzoso martirizar así a los animales! ¡Dios mío, qué mal criado está! —piensa cuando Petia desaparece.

Povel Matreievitch olvida su cansancio y hambre y no piensa sino en el porvenir de su hijo. Entretanto, la luz del día va extinguiéndose poco a poco...; se oye cómo los veraneantes tornan de los baños por grupos.

Alguien se para delante de la ventana abierta del comedor y grita:

—¿Desea usted setas?

Al cabo de un rato, no habiendo recibido contestación, se advierte el rumor de pies descalzos que se alejan... Por fin, cuando la oscuridad es casi completa y por la ventana entra el fresco de la noche, la puerta se abre ruidosamente y se oyen pasos apresurados, voces y risas...

—¡Mamá! —exclama Petia.

Zaikin mira desde su gabinete y ve a su mujer. Nodejda Steparovna está como siempre, sonrosada, rebosando salud... La acompaña Olga Cirilovna —una rubia seca, con la cara cubierta de pecas— y dos caballeros desconocidos: uno joven, largo, con cabellos rojos rizados y la nuez muy saliente; el otro, bajito, rechoncho, con la cara afeitada.

—Natalia, ¡encienda el samovar! —grita Nodejda Steparovna—. Parece que Povel Matreievitch ha llegado. Pablo, ¿dónde estás? ¡Buenos días, Pablo! —grita de nuevo. Entra corriendo en el gabinete— ¿Has venido? ¡Me alegro mucho! Tengo conmigo dos de nuestros artistas aficionados... Ven, te voy a presentar. Aquél, el más alto, es Koromislof; tiene una voz magnífica; y el otro, el bajito, es un tal Smerkolof, un verdadero artista; declama que es una maravilla. ¡Ah, qué cansada estoy! Fui al ensayo... Todo está perfecto... representaremos “El huésped con el trombón” y “Ella le espera”... pasado mañana tendrá lugar el espectáculo.

—¿Para qué los has traído? —pregunta Zaikin.

—¡Era indispensable, lorito! Después del té hemos de repetir los papeles y cantar alguna que otra cosa. Tendremos que cantar un dúo con Koromislof... ¡No faltaría más sino que lo olvidara! Di a Natalia que traiga aguardiente, sardinas, queso y algo más. Seguramente se quedarán a cenar... ¡Qué cansada estoy!

—¡Cáspita!... El caso es que no tengo dinero.

—¡Imposible, lorito! ¡Qué vergüenza! ¡No me hagas ruborizar!

Media hora más tarde Natalia sale a comprar aguardiente y entremeses.

Zaikin, después de haber tomado el té y comido un pan entero, se va al dormitorio y se acuesta. Nodejda Steparovna, con risas y algazaras, empieza a ensayar sus papeles. Povel Matreievitch escucha largo rato la lectura gangosa de Koromislof y las exclamaciones patéticas de Smerkolof.

A la lectura sigue una conversación larga, interrumpida a cada momento por la risa chillona de Olga Cirilovna. Smerkolof, aprovechando su fama de actor, explica con aplomo los papeles. Luego se oye el dúo, y más tarde, el ruido de vajilla... Zaikin, medio dormido, oye cómo tratan de convencer a Smerkolof para que declame "La pecadora", y después de hacerse rogar mucho, consiente, y declama golpeándose en el pecho, llorando y riendo a la vez... Zaikin se acurruca y esconde la cabeza bajo las sábanas para no oír.

—Tienen ustedes que andar lejos para volver a su casa —observa Nodejda Steparovna-. ¿Por qué no pernoctan aquí? Koromislof dormirá en el sofá y usted, Smerkolof, en la cama de Petia... A Petia lo ponemos en el gabinete de mi marido... ¿Verdad? ¡Quédense ustedes!

Cuando el reloj da las dos todo queda silencioso... La puerta del dormitorio se abre y aparece Nodejda Steparovna.

—¡Pablo! ¿Duermes? —dice en voz baja.

—No. ¿Qué quieres?

—Ven, querido mío; acuéstate en el sofá, en tu gabinete; en tu cama se acostará Olga Cirilovna. La hubiera puesto a ella en el gabinete; pero tiene miedo de dormir sola. ¡Anda, levántate!

Zaikin se incorpora, viste la bata, y cogiendo su almohada se dirige hacia su gabinete... Al llegar a tientas hasta el sofá enciendo un fósforo y ve que en el diván está Petia. El niño no duerme, y fija sus grandes ojos en el fósforo.

—Papá, ¿por qué los mosquitos no duermen de noche?

—Porque..., porque... —murmura Zaikin—, porque nosotros, tú y yo, estamos aquí de más...; no tenemos ni dónde dormir.

—Papá, ¿y por qué Olga Cirilovna tiene pecas en la cara?

—¡Déjame; me fastidias!

Zaikin reflexiona un poco, y luego se viste y sale a la calle a tomar el fresco... mira el cielo gris de la madrugada, contempla las nubes inmóviles, oye el grito perezoso del rascón, y empieza a imaginarse lo bien que estará cuando vuelva a la ciudad, y, terminadas sus tareas en el Tribunal, se eche a dormir en su casa solitaria...

De repente, al volver de una esquina, aparece una figura humana.

«Seguramente el guardián», piensa Zaikin.

Pero, al fijarse, reconoce al veraneante del pantalón cobre.

—¡Cómo, no duerme usted? —le pregunta.

—No puedo —suspira el  pantalón cobre—. Disfruto de la Naturaleza. Tenemos huéspedes; en el tren de la noche ha llegado mi suegra... y con ella mis sobrinas... jóvenes muy agraciadas. Estoy muy satisfecho... muy contento... a pesar de... de que hay mucha humedad... ¿Y usted también, disfruta de la Naturaleza?

—Sí... —balbucea Zaikin—. Yo también disfruto de la Naturaleza... ¿No conoce usted, aquí, en la vecindad, algún restaurante o tabernita?

Los pantalones cobre levanta los ojos hacia el cielo y se queda reflexionando.

                    ANTON CHEJOV

Narrador y dramaturgo ruso. Considerado el representante más destacado de la escuela realista en Rusia, su obra es una de las más importantes de la dramaturgia y la narrativa de la literatura universal. Su estilo está marcado por un acendrado laconismo expresivo y por la ausencia de tramas complejas, a las que se sobreponen las atmósferas líricas que el autor crea ayudado por los más sutiles pensamientos de sus personajes. Chéjov se apartó decididamente del moralismo y la intencionalidad pedagógica propios de los literatos de su época en una Rusia convulsa y preocupada por su destino, para apostar por un tipo de escritor carente de compromiso y pasión, plasmando una idea de la literatura que rechazaba el principio del autor como narrador omnisciente.
Procedía de una familia de hábitos sencillos y escasos medios, cuya cabeza, el modesto mercader Pavel, era nieto de un siervo de la gleba. Chéjov acabó los estudios secundarios en Taganrog, donde permaneció solo tras la marcha de sus familiares a Moscú. Entre 1879 y 1884 cursó medicina en la universidad de la capital; pero, más interesado en la literatura que en la ciencia médica desde hacía algunos años, pospuso ésta a aquélla, y pronto difundió su nombre a través de varias narraciones humorísticas, reunidas en un libro titulado “Cuentos de varios colores” (1886).

Alentado por el escritor Grigorovich y el director del periódico Novoe vremja (Tiempo nuevo), Suvorin, con quien estableció una cordial y duradera amistad, y librado ya de las formas un tanto forzadas del cuento humorístico, hacia el año 1888 ya era ampliamente conocido por el público, tanto por su obra humorística como por textos de alcance más profundo, en los que la incisiva descripción de las miserias y la existencia humanas fueron desplazando los recursos humorísticos.

En ese año apareció, en la revista Severny Vestnik de San Petersburgo, el relato “La estepa”, inspirado en un viaje al sur del país, donde los idílicos paisajes de su infancia habían desaparecido por la industrialización, contra la que el autor se rebela. Aquí introdujo uno de los elementos más característicos de su enfoque narrativo: la supeditación del argumento a la atmósfera del relato. El punto de vista del autor omnisapiente se diluye en la mirada de un personaje, Egorushka, que no alcanza a comprender lo que sucede a su alrededor. Los elementos que mueve este relato aparecerán una y otra vez en la obra de Chéjov, pues “La estepa” está poblada por una galería de personajes (el campesino Dymov, el empresario Varlamov o el pope Kristofor) que constituyen una genuina representación del "inconsciente colectivo" de la Rusia finisecular.

Otro significativo relato del período que se abre a partir de 1888 (en el que el autor disminuyó el ritmo de su producción literaria: de unos cien relatos al año en 1886, pasa a escribir diez en 1888) es “Una historia aburrida” (1889), penetrante estudio de la mente de un viejo profesor de medicina, profesión que ejerció esporádicamente el propio Chéjov. Pertenece a una serie de obras del autor que fueron llamadas "clínicas", por tener como personajes a enfermos físicos o mentales. Acaso el relato más conocido de esa serie sea Palata Nº 6 (1892), acerba crítica de la psiquiatría en el que la relación entre el paciente Gromov y el doctor Ragin se resuelve dramáticamente con el ingreso del segundo en su propia clínica, para terminar muerto por mano de uno de los celadores.
En adelante, la existencia del autor careció de acontecimientos relevantes, excepto un viaje a la isla de Sakhalin, realizado a través de Siberia a la ida, y a lo largo de las costas de la India al regreso; de tal expedición dejó constancia en el libro La isla de Sakhalin (1891). Durante la penuria de 1892-93, que azotó a la Rusia meridional, Chéjov participó en la obra de socorro sanitario. Luego vivió largo tiempo en la pequeña propiedad de Melichovo, no lejos de Moscú, donde escribió la mayor parte de sus narraciones y de sus textos teatrales más famosos. Enfermo de tuberculosis, hubo de trasladarse a Crimea, y desde allí, por razones de la cura, realizó frecuentes viajes a Francia y Alemania.

En los últimos años del siglo se produjeron en su existencia dos hechos que sin duda modificaron su curso: la nueva orientación del escritor hacia la izquierda, que le alejó de su amigo Suvorin, conservador, y el éxito de su drama “La gaviota” en el Teatro de Arte de Moscú, de Stanislavski y Nemirovich-Danchenko. A sus nuevas tendencias y al ejemplo de Korolenko se debió también su dimisión de la Academia, que, tras haber nombrado miembro honorario a Gorki, acató la orden del gobierno y tuvo que anular el nombramiento.

La fortuna de “La gaviota” convenció inesperadamente a Chéjov de su capacidad como escritor dramático, tras sus propias dudas acerca de ello debidas al fracaso del mismo drama en el Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo. A la obra citada siguieron, con no menor éxito, “El tío Vania” en 1898-99, “Tres hermanas” en 1901 y “El jardín de los cerezos” en 1904. Mientras tanto, el número de sus narraciones había aumentado considerablemente, y a algunas de ellas se debió su progresiva fama como representante asimismo del humor y el espíritu de su época y del característico producto de ésta, la "inteligentzia" (así “Mi vida”, “La sala n.º 6”, “Relatos de un desconocido”, “El monje negro”, “Una historia aburrida”, etc.).
Como en los dramas, también en las narraciones resulta posible percibir una atmósfera determinada: la que fue llamada precisamente "chejoviana", particular estado de ánimo definido por Korolenko como el de un alegre melancólico. Cabe advertir que existe un nexo entre el Chéjov jovial e irreflexivo de la adolescencia y la primera juventud, interesado, según describe su hermano, en la recopilación de anécdotas destinadas a facilitar su colaboración en las revistas humorísticas, y el de la madurez, inquieto como una gaviota que, en vuelo sobre el mar, no sabe dónde posarse (según la bella imagen empleada por la actriz Olga Knipper, que en 1898 llegó a ser su esposa).

La aguda intuición de la tristeza de la vida, que muchos atribuyen erróneamente sólo al Chéjov de los años maduros, se hallaba ya en él precisamente tras la alegría y la despreocupación del joven estudiante de medicina, oculto, como si de revelar su propia naturaleza se avergonzara, bajo algunos seudónimos. De la misma forma, la capacidad de ver a las criaturas humanas en envolturas hechas adrede para provocar la risa continuó caracterizando su estilo, aun cuando atenuada en matices de parodia, fantasía o espejismo, y de transposición, finalmente, fuera de la realidad cotidiana, hacia un hipotético futuro lejano.

VDentro de su diversidad, efectivamente, Chéjov resultó uniforme en cuanto a los aspectos artístico y espiritual. Como lo afirmó él de la existencia, se mostró a la vez extraordinariamente simple y complejo, y si pese a no juzgarse pesimista puso de relieve los pliegues más tristes y ocultos de la naturaleza humana, fue precisamente porque, según dijo él mismo, amó la vida. Todo ello, como es natural, quedó también reflejado en la forma, o sea en el estilo propiamente dicho. Sin embargo, la plena conciencia del valor artístico de la obra de Chéjov no se alcanzó hasta más tarde; sea como fuere, cabe recordar la admiración que hacia ella experimentaron Tolstoi y Gorki y la influencia ejercida por Chéjov, ya fuera de Rusia, en Katherine Mansfield.

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